Un nuevo estudio muestra el vínculo existente entre los aerosoles de hierro de los incendios forestales de Australia de 2019-2020 transportados por el viento y depositados en el océano Antártico y la proliferación masiva de algas observada en él, lo cual plantea nuevas preguntas sobre la absorción oceánica de carbono.
Los incendios forestales que devastaron Australia en 2019 y 2020 quemaron millones de hectáreas de terreno y provocaron que casi 3 000 millones de animales perdieran su hogar o la vida. Sin embargo, las llamas no solo afectaron a la tierra y al aire del continente, sino también al océano situado a miles de kilómetros, según revela un nuevo estudio publicado en la revista «Nature».
Según el estudio, llevado a cabo en parte con el apoyo del proyecto STARS, financiado con fondos europeos, las nubes de ceniza y humo de los incendios provocaron una amplia proliferación de fitoplancton en el océano Antártico, miles de kilómetros al este del continente. El estudio es el primero conocido que establece un vínculo concluyente entre la proliferación del fitoplancton a gran escala y los aerosoles de hierro procedentes de los incendios forestales y depositados en los océanos.El fitoplancton oceánico está compuesto por organismos minúsculos que se desplazan a la deriva con las corrientes de agua y es responsable de transferir cada año unas diez gigatoneladas de CO2 de la atmósfera al océano. También es la principal fuente de alimentación de prácticamente todos los seres vivos del océano. «En aguas oceánicas abiertas, como en las que observamos este fenómeno, la proliferación de fitoplancton constituye la primera fuente de alimento», explica el doctor Joan Llort, oceanógrafo biogeoquímico que codirigió el estudio como beneficiario de una beca de investigación de la Universidad de Tasmania (Australia). «La materia orgánica así producida alimenta indirectamente a toda la fauna marina, desde el zooplancton hasta las ballenas y los tiburones», añade en una noticia publicada en «Space.com».
Según el estudio, cuando las partículas de hierro presentes en el humo y las cenizas producidos por los incendios y transportados por el viento caen al océano, fertilizan el agua y proporcionan nutrientes al fitoplancton. Este proceso desencadenó una proliferación de dimensiones nunca vistas en esa zona del océano Antártico con hierro limitado. «La respuesta se observó en una región oceánica que suele tener una concentración de fitoplancton muy baja, un poco como un desierto oceánico», comenta el doctor Llort.
Así pues, ¿qué implica este suceso con respecto al papel que desempeñan los incendios forestales en el aumento de la tasa de absorción de CO2 del océano? «Nuestros resultados proporcionan pruebas sólidas de que el hierro pirogénico procedente de los incendios forestales puede fertilizar los océanos, lo cual podría provocar un aumento significativo de la absorción de carbono por parte del fitoplancton», afirma el autor principal, el catedrático Nicolas Cassar, de la Universidad de Duke (los Estados Unidos), en un artículo publicado en «SciTechDaily».
La proliferación de algas que provocaron los incendios forestales australianos abarcó una extensión mayor que el desierto del Sahara: más de 9,4 millones de kilómetros cuadrados. Según Cassar, es posible que el aumento de la fotosíntesis resultante de este rápido crecimiento del fitoplancton compensara temporalmente una cantidad significativa del CO2 liberado en los incendios, ya que el fitoplancton consume CO2 durante la fotosíntesis. Sin embargo, añadió que aún no está claro qué parte del carbono absorbido permanece en el océano y qué parte se libera de nuevo a la atmósfera.
Con el cambio climático, se prevé que se den grandes incendios forestales con mayor frecuencia. «Dado el número de regiones de todo el mundo que se ven afectadas actualmente por grandes incendios forestales, cabe pensar que otros ecosistemas marinos puedan verse afectados por el humo de los incendios forestales —señala el doctor Llort, actualmente investigador de STARS (SupercompuTing And Related applicationS Fellows Program) en el Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación (España), coordinador del proyecto—. La pregunta ahora es saber cuáles son estos ecosistemas y qué tipo de respuesta podemos esperar en ellos».
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