Un grupo de voluntarios franceses ha pasado casi seis semanas aislado sin luz solar ni teléfonos.
Vivimos en un mundo hiperconectado. Desconectar de una existencia digital para experimentar el mundo a través de pantallas no electrónicas es bueno para el alma. Pero ¿podría esconderse en una cueva sin luz solar, sin dispositivos móviles y sin modo alguno de saber la hora que es durante más de un mes?El 24 de abril, en el marco de un experimento de aislamiento de seres humanos dirigido por el Human Adaptation Institute, ocho hombres y siete mujeres vieron la luz del día y entraron en contacto con el mundo exterior por primera vez tras pasar cuarenta días sin relojes ni teléfonos en una cueva del suroeste de Francia. Científicos franceses y suizos entraron en la cueva un día antes para informarles de que el proyecto Deep Time llegaba a su fin.
«Nuestro futuro como seres humanos en este planeta evolucionará —explicó el jefe del proyecto, Christian Clot, que también formaba parte del grupo de voluntarios, a la cadena pública canadiense CBC—. Debemos aprender a comprender mejor cómo nuestros cerebros consiguen encontrar soluciones nuevas, independientemente de la situación».
Los quince voluntarios, con edades comprendidas entre los veintisiete y los cincuenta años, durmieron en tiendas y produjeron su propia electricidad a partir de un generador accionado por una bicicleta. El agua procedía de un pozo a cuarenta y cinco metros por debajo de la superficie de la tierra. Cuatro toneladas de provisiones y de equipo se introdujeron en el cavernoso espacio. La temperatura subterránea se mantuvo constante a unos 10 °C, con una humedad relativa próxima al 100 %. Los habitantes de la cueva dependían de sus relojes internos para dormir, comer y organizar las tareas diarias. Pese a que los días se contaban por ciclos de sueño en lugar de por horas, no tardaron en perder la noción del tiempo. Un equipo científico se encargó de registrar la actividad cerebral de los participantes, equipados con sensores. El grupo, compuesto, entre otros, por una joyera, un anestesista, un guardia de seguridad y un biólogo, constituía una muestra representativa de la sociedad.¿Cómo reaccionaron al salir de la cueva? «El momento en el que vinieron a anunciar el final del experimento tras cuarenta días en la cueva fue muy impactante —señaló Marina Lançon, una guía de expediciones—. Recuerdo haber pensado: “Vaya, ¿ya?” El tiempo había pasado muy rápido y aún había muchas cosas que quería hacer en la cueva».
«Fue como presionar el botón de pausa», añadió Lançon en «The Guardian». Clot explicó: «¡Y aquí estamos! Simplemente nos fuimos a los cuarenta días… Para nosotros fue toda una sorpresa. En nuestras cabezas, habían pasado treinta días desde que habíamos entrado en la cueva».
Johan François, profesor de matemáticas e instructor de vela, sintió un «ansia visceral» de abandonar la cueva en alguna ocasión. En cualquier caso, el experimento tuvo sus ventajas: «sacar provecho del momento actual sin tener que pensar nunca en lo que pasará dentro de una o dos horas».
Sorprendentemente, dos terceras partes de los participantes afirmaron que querían permanecer en la cueva más tiempo. También se les dio la opción de abandonar en cualquier momento durante el confinamiento.